Cómo es el libro de la escritora mexicana ganadora del Premio Pulitzer 2024

En “El invencible verano de Liliana”, Cristina River Garza reconstruye la historia del crimen de su hermana, pero también su intimidad. “Me interesaba poner en primer plano su vida”, dice la autora, premiada en la categoría “memorias/autobiografía” de los prestigiosos galardones

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Rivera Garza se propuso mostrar que es posible narrar con un lenguaje nuevo la tragedia del femicidio y desde un lugar cercano a las víctimas.
Rivera Garza se propuso mostrar que es posible narrar con un lenguaje nuevo la tragedia del femicidio y desde un lugar cercano a las víctimas.

Hace muchos años que el de Cristina Rivera Garza es uno de los grandes nombres de la literatura latinoamericana. Escritora, traductora, docente y crítica literaria, además de fundadora del doctorado en Escritura Creativa en español en la Universidad de Houston, ha publicado, entre otros títulos, Había mucha neblina o humo o no sé qué, Autobiografía del algodón y Nadie me verá llorar. Su último libro es El invencible verano de Liliana, por el que mereció el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2021 en Chile y el premio Xavier Villaurrutia en su país, ahora suma el prestigioso premio Pulitzer en la categoría “memorias/autobiografía”.

La imagen a la que alude el título se inspira en un texto de Albert Camus: “Me di cuenta, a pesar de todo, que en medio del invierno había dentro de mí un verano invencible”. El invencible verano de Liliana no es cualquier libro para Rivera Garza, como no lo es para sus lectores. Se trata de un manifiesto literario y político, una novela atroz, poesía pura. Treinta años después de ocurrido, la autora narra el femicidio de su hermana menor, Liliana, y lo recupera a la manera del expediente que ya no existe (gracias a “los intrincados vericuetos de la justicia, que son los vericuetos infinitos de la impunidad”) y a través de todos los géneros literarios posibles, en un libro desgarrador.

Una caja con documentos de Liliana que nadie había tocado durante tres décadas fue el tesoro que le permitió a su hermana reconstruir su vida y la forma esperanzada con que la joven se preparaba para un cambio radical, un proyecto deseado que quedó trunco, como su vida. “Lo quería todo y lo amaba todo. Exigir lo imposible era su vocación. Eso, que aprendimos en casa, que nos enseñaron a las dos nuestros padres, fue reforzado después en libros y poemas, planos y edificios, canciones, nubes complicadas, campus universitarios, viajes, tertulias infinitas, amigas entrañables. Cuando nos quebramos, Liliana, cuando la maquinaria patriarcal nos alcanzó para triturarnos el cuerpo y el corazón, para arrasar con el pasado y con el futuro, fue, sí, intentando salir. De eso no me cabe la menor duda. Iba ya hacia afuera, más allá, creyendo profundamente, honestamente, provocativamente, que otra vida era posible”, escribe Cristina.

Liliana y Cristina Rivera Garza. El hallazgo de una caja con textos, poemas y otros documentos de la joven asesinada marcó inesperadamente el rumbo del libro de la escritora.
Liliana y Cristina Rivera Garza. El hallazgo de una caja con textos, poemas y otros documentos de la joven asesinada marcó inesperadamente el rumbo del libro de la escritora.

Liliana Rivera Garza fue asesinada en el pequeño departamento de Azcapotzalco en el que vivía el 16 de julio de 1990. Tenía 20 años, era estudiante de arquitectura y había decidido romper con su novio, Ángel González Ramos, para viajar a Londres a terminar sus estudios e iniciar una nueva vida. El asesino de Liliana, novio desde la adolescencia y prototipo del violento obsesionado, entró a la casa y a la habitación de la joven cuando nadie lo esperaba, hizo su “tarea” y huyó. Nunca más se supo de él, nunca fue juzgado.

Cuando ocurrió el crimen, la historia se abordaba desde los medios a través de dos palabras: “crimen pasional”. Hoy existe otro lenguaje para hablar de la violencia de género y muchos relatos ocultos y silenciados salen a la luz para encontrar, si ya no la justicia de los hombres, al menos la justicia literaria.

Conversamos con Cristina Rivera Garza vía zoom a propósito de su libro y del trabajo que hay detrás de esta obra implacable y estremecedora, que marca un antes y un después en el tratamiento del tema violencia de género y femicidios en la literatura escrita en español.

Lo que sigue es la transcripción de esa charla.

— Este último es un libro muy diferente a tu bibliografía anterior. Me gustó mucho leer que dijiste algo así como que todos esos libros anteriores te prepararon para escribir este sobre tu hermana Liliana. ¿Cómo es eso?

— Mira, intenté escribir este libro antes un par de veces y fracasé tremendamente en el proceso. Por fortuna, son manuscritos que están guardados muy perdidos en algún rincón del archivo de mi computadora. Creo que gran parte de esas fallas tuvieron que ver con que esos manuscritos estaban todavía dentro del registro de la ficción, y creo que haber encontrado el archivo que mi hermana fue construyendo de sí misma, es decir, tener acceso directo a su voz, a su testimonio más directo, fue lo que cambió la perspectiva. El libro cruza estas líneas entre ficción y no ficción constantemente y eso finalmente me dio a entender que éste sí era un libro digno de mi hermana. Digo que todos los demás me prepararon porque de alguna manera he escrito ficción, he escrito novelas y cuentos y he escrito libros de tipo ensayístico en los que este cruce entre la ficción y la no ficción ha sido parte de una interrogación generalizada, ¿no? Y creo que sin ese trabajo habría sido mucho más complicado para mí entender, al menos de una manera tan directa, que los documentos que Liliana dejó de sí misma, que preparó de sí misma, iban a ser tan importantes para este proyecto.

— Escribiste el libro 30 años después del femicidio de tu hermana y en un momento en el que muchas mujeres pudieron por primera vez empezar a hablar de sus propias experiencias ya como víctimas de la violencia de género o como familiares de un femicidio. Si mirás para atrás, ¿cómo sentís que la era en la que estamos viviendo influyó para que pudieras escribir sobre el tema?

— Yo creo que es fundamental, la verdad. Muchas veces me pongo a pensar en el momento mismo de concebir, de decir sí, este libro tiene que ir, éste es lo que sigue, esto es lo que tengo que estar escribiendo, y cuando recuerdo esas escenas vienen a mi mente de manera muy directa la performance por ejemplo de Las Tesis que fue colectivamente presentado en tantas partes del mundo y traducido a tantas lenguas. Para mí fue una especie de parteaguas emocional. Había ahí, como bien lo sabemos, muchas cosas que formaban parte del mundo intelectual y que entendía perfectamente bien pero tocaron fibras emotivas que para mí fueron fundamentales. Yo creo que ha sido un proceso social que nos ha costado mucho, movilizaciones constantes y continuas de mujeres, algunos contingentes feministas, otras no, pidiendo justicia, pidiendo igualdad de derechos, pidiendo sobre todo seguridad para una vida digna. Pidiendo, por supuesto, también el derecho al aborto, etcétera. Lo sabemos muy bien. Creo que son movilizaciones fundamentales de nuestra época. Y entre sus muchas virtudes está precisamente el haber ido construyendo un lenguaje lo suficientemente flexible, preciso, sobre todo digno, para poder contar estas historias de violencia no desde el punto de vista del perpetrador, no con la camisa de fuerza de la narrativa patriarcal, sino desde el punto de vista de las víctimas y de sus familias.

"Hay una industria entera en Hollywood, una industria editorial también; se producen grandes cantidades de dinero y de poder a partir de los cuerpos violentados de las mujeres, sobre todo de las mujeres jóvenes", dijo Rivera Garza.
"Hay una industria entera en Hollywood, una industria editorial también; se producen grandes cantidades de dinero y de poder a partir de los cuerpos violentados de las mujeres, sobre todo de las mujeres jóvenes", dijo Rivera Garza.

— Justo estás dando en el punto de algunas cosas que quería preguntarte. Tiene que ver con la relación del dolor con el lenguaje, por un lado, y, por otro, algo que queda muy claro en tu libro y que tiene que ver con que en este cruce de géneros que hay se cuenta perfectamente el modo en que se llega al crimen de Liliana pero hay una reivindicación profunda de lo que fue la vida de tu hermana y de lo que dejó y de lo que pudo ser si hubiera seguido viviendo. Eso es algo en lo que venimos insistiendo hace mucho para no abonar la cadena de revictimización. Me gustaría saber cómo alguien como vos, una persona que tiene tanto trabajo con la lengua como herramienta de la narrativa pensó y trabajó todo esto para llegar a este resultado.

— Fíjate que eso fue precisamente fundamental. Yo no quería volver a contar esta historia como ha sido contada tantas veces. Hay una industria entera en Hollywood, una industria editorial también; se producen grandes cantidades de dinero y de poder a partir de los cuerpos violentados de las mujeres, sobre todo de las mujeres jóvenes. Lo sabemos muy bien. Es la historia que, encapsulada en la narrativa patriarcal, se conoce como crimen pasional. Uno en el que, de una manera implícita, siempre se está culpando a la víctima y se está exonerando al perpetrador. Y yo no quería hacer eso porque creo fundamentalmente que estas violencias son estructurales, que son sistémicas y sistemáticas. Es decir, que no son el resultado de alguna pasión desatada o de algún hecho extraordinario, sino que forman parte de una cadena de acciones cotidianas que, por ser tan contundentes y por ser tantas, se vuelven a veces invisibles y se naturalizan. Entonces me parece que la narrativa del sujeto que en algún momento pierde la razón y que tiene una psicología oscura o compleja, que es precisamente la del crimen pasional o esta que se encarga hasta de volver glamoroso el rol del criminal, pues se hace a partir de acallar precisamente la voz y la experiencia de la víctima. Entonces, en este libro me interesaba mucho poner en primer plano la vida de Liliana porque me parecía que esa es una manera en la que todos podemos sentir la inmensidad de lo que se pierde cuando una mujer joven, cuando una mujer en general, cuando un ser humano, pero estamos hablando aquí de feminicidios, ¿no?, cuando perdemos a una mujer, cuando nos la arrancan de manera tan violenta de nuestro medio. Hacer énfasis en su perspectiva, en cómo veía las cosas, en las que veía y en las que no veía también, yo creo que eso es importante y es, entre otros motivos, darle la vuelta a esta narrativa patriarcal, poner en cuestionamiento el lenguaje y las estructuras, las anécdotas, la manera de contar esta violencia para precisamente señalar las causas últimas y las inmediatas también. Está ahí el perpetrador, está el violento. Pero el violento es, como se dice tan comúnmente y lo creo, es un hijo muy sano del patriarcado. Hay estructuras detrás de él. Hay todo un sistema que valida este cúmulo de violencias cotidianas y extraordinarias contra las mujeres todos los días.

Rivera Garza asegura que la performance de Las Tesis, el grupo chileno, fue clave para un cambio en el lenguaje en relación a la violencia de género.
Rivera Garza asegura que la performance de Las Tesis, el grupo chileno, fue clave para un cambio en el lenguaje en relación a la violencia de género.

— Hubo sorpresa, aunque no tendríamos que habernos sorprendido tanto, cuando leímos lo que ocurrió en la entrega del Premio Xavier Villaurrutia. Me refiero a cuando el escritor Felipe Garrido, un señor mayor, sostuvo como un déficit de tu libro que a él como lector le faltaba saber más sobre el personaje del asesino de Liliana. Como borrando o haciendo caso omiso de todo esto de lo que hablamos todos los días, a toda hora, desde hace ya bastante tiempo. ¿Cómo lo recibiste vos, qué te pasó en ese momento?

— Mira, por desgracia es un punto de vista muy común, también. No es poco común que un comentario de ese tipo ocurra precisamente durante la ceremonia de la entrega de un premio. Y eso habla mucho del tipo de libertades y privilegios que algunos miembros de la comunidad literaria se otorgan a sí mismos, ¿no? Pero tanto esa actitud como el contenido de sus palabras dan cuenta de una ceguera fundamental y es el seguir creyendo que estos son crímenes, como decía antes, resultados de la psicología torcida de algún individuo. Y creo que lo que no pueden entender, lo que no quieren entender, lo que si lo entendieran tendrían que poner en cuestionamiento su propio lugar en el mundo, es que estamos hablando aquí de violencias sistémicas. Entonces, para poder verlas, para poder entender cómo se van diseminando en el día a día, es que necesitamos el punto de vista de las víctimas, porque es ahí, a través de lo que entienden y también de lo que no entienden, que podemos ver crecer esa violencia, diseminarse, echar raíz y volverse cada vez más peligrosa y más letal. Entonces, qué te puedo decir. Me sorprendió que tuviera la mala educación de hacer algo así durante la premiación. Pero no me sorprende que haya enunciado un punto de vista -más común de lo que creemos- que se resiste a cuestionarse a sí mismo. Y ojalá que libros como estos, que conversaciones como la que estamos teniendo, vayan haciendo mella poco a poco y vayamos logrando que él y otros y otras entendamos más claramente este fenómeno que de por sí, pues, existe.

“Yo quería que este libro fuera sobre Liliana, no quería hablar de mi dolor”", explicó la escritora a propósito del estilo del libro. ©Marta Calvo
“Yo quería que este libro fuera sobre Liliana, no quería hablar de mi dolor”", explicó la escritora a propósito del estilo del libro. ©Marta Calvo

— Cristina, cuando finalmente te decidís a abrir las cajas con los documentos, los cuadernos, los poemas de Liliana, lo hacés ya sabiendo que estás encarando un trabajo como este libro pero también después de 30 años en los que me imagino que, como familia, habían armado el propio relato familiar del asesinato de tu hermana. ¿Cómo entraste a esas cartas? ¿Trabajaste sola con esos materiales, alguien te asistió? ¿Duró mucho tiempo el trabajo de leer esa documentación que es, finalmente, la voz de la víctima más allá de la muerte?

— Así es. Pero fíjate, una de las cosas interesantes es que cuando abrí las cajas realmente iba buscando una agenda. Lo que quería era información para poder contactar a los amigos, que era lo que buscaba. Yo no sabía que me iba a encontrar con esta plétora de notas y documentos y cosas de un valor realmente increíble. Una de las cuestiones que he contado, y lo cuento porque fue mi reacción inmediata, es que eran documentos que habían estado guardados por 30 años, que no habían sido tocados por nadie. Que, tal vez, la última persona que tocó esos documentos había sido mi hermana. Entonces aquí estaba yo todos estos años después compartiendo ese tacto sobre este mismo tipo de materiales. Y creo que esa sensación de presencia y de inmediatez, que fue abrumadora, que fue realmente muy emotiva, es lo que condicionó mucho de la estructura del libro. Encontré esos documentos en casa, tuve que traerlos. Yo vivo en Houston, entonces los tuve que poner en una maleta, cuidarlos para que estuvieran muy bien, traérmelos hasta acá. Fue un proceso que hice, ese sí fue mi diálogo muy íntimo y muy personal con mi hermana, es algo que hice yo aquí junto con los documentos sobre la mesa, donde está ahorita mi computadora, y a través de la cual estoy hablando. Y una tarea que me impuse fue transcribirlos todos: quería entender. Los organicé, no venían en orden cronológico, estaban como uno avienta cosas en una caja, ¿no?

— Claro.

— Entonces los organicé cronológicamente. Por fortuna, la letra de mi hermana es muy clara aunque no siempre, entonces transcribí todo. Quería pasar por cada una de esas letras de una manera muy consciente para poder entender patrones, temas recurrentes, una cierta melodía, si quieres. Pero quería estar muy compenetrada con los documentos. Hay que añadir que, conforme ha pasado el tiempo y aun después de publicado el libro y después de esta etapa de la pandemia, he seguido encontrando cosas de Liliana así que el archivo sigue creciendo.

— ¿Y quién te ayudó con todo eso?

— Ah bueno, yo no habría podido hacer nada de esto sin el temple, la tremenda compañía importantísima de mi compañero, mi marido, Saúl Hernández Vargas. Fue él -que ahora descubrimos que es un detective, digamos, amateur- fue gracias a él y su capacidad de andar buscando cosas digitalmente que logramos dar con los amigos de mi hermana. Pero, independientemente de eso que es muy importante, creo que el apoyo emotivo, emocional, de ir, de atravesar toda esta trayectoria se lo debo mucho a una vida muy estable, muy segura, muy serena en muchos sentidos. Que es el momento en el cual finalmente pude, estaba lista para conocer las respuestas que había querido saber pero que tenía miedo de saber todos estos otros años.

Liliana Rivera Garza estudiaba arquitectura. Fue asesinada por el hombre que era su novio desde la adolescencia, un violento obsesionado que rechazaba la distancia que la joven comenzaba a poner entre ellos.
Liliana Rivera Garza estudiaba arquitectura. Fue asesinada por el hombre que era su novio desde la adolescencia, un violento obsesionado que rechazaba la distancia que la joven comenzaba a poner entre ellos.

— Aunque propone una lectura fluida, El invencible verano de Liliana es, en terminos de estructura, un libro complejo. Hay crónica, legajo, archivo, ensayo, narración, ficción, no ficción: ¿cómo trabajaste todo esto?

— Gracias por hacer esa pregunta porque mira, a veces veo comentarios que me gustan mucho de lectoras y lectores que dicen: es que así pasó, es muy real, es exactamente como se desarrollaron los hechos. Me da gusto que esa sea la impresión que produce, el efecto que produce, que producen las decisiones literarias que tomé cuando fui estructurando el libro. Evidentemente, pues, así las cosas no pasaron, ¿no? El libro no está ni siquiera organizado cronológicamente. Empieza con mi recorrido por la Ciudad de México, una ciudad que compartí con mi hermana en la década de los 90, y el recorrido tan tortuoso por las instituciones y repartición de Justicia de México. Y aunque hay un momento en el que empezamos en la adolescencia de Liliana, que es de donde parten muchos de sus escritos, su infancia más remota aparece hacia el final del libro, en un capítulo antepenúltimo. Es decir, hay una relación no cronológica de temporalidades que se van yuxtaponiendo constantemente y de voces y de perspectivas. Me interesaba, como te decía antes, que el lector tuviera la sensación que yo tuve cuando abrí esa caja con los documentos de mi hermana y la sensación era que Liliana estaba ahí. Había una sensación de que todavía la podía alcanzar y de que este era el acceso más directo a esa presencia. Entonces, esta sensación de presente, de simultaneidad, fue algo que tuve muy en la cabeza cuando empecé a organizar la escritura. Había que pensar cuándo entraban los documentos, qué cantidad de documentos, porque hay muchísimos más de los que aparecen en el libro, por supuesto. Y cómo intercalarlos, cómo crear patrones de yuxtaposición entre los documentos, mis intervenciones, las intervenciones de otros, para crear una especie de melodía de la que hablaba antes, ¿no?

Yo quería que este libro fuera sobre Liliana, no sobre mí. Pero a la vez no la podía dejar sola en la palestra del libro. Tenía yo también que arroparla y acompañarla. Entonces, encontrar ese balance es bien difícil. Porque no quería escribir el típico libro que parece que es sobre otra persona pero uno termina hablando nada más de uno mismo y de su dolor. Aún siendo tan enorme como es, el punto del libro es la vida de Liliana. Lo que perdimos, todo lo que perdimos cuando la perdimos a ella.

— Ahora, Cristina, estamos hablando justamente de una estructura que además incluye un relato coral pero hay claramente alguien que narra. O sea, están las fuentes de la investigación y la historia, están esas voces, pero hay una voz fuerte de la narradora, que se mantiene y que, me parece, propone esto que estás señalando y que me gusta mucho, la idea de que no podías dejarla sola.

— No podía y no quería dejarla sola, exactamente. Y quería que esta voz narrativa fuera un acompañamiento constante pero discreto, también. Entonces lo vi como mi responsabilidad el estar ahí constantemente. Finalmente, como autora estaba tomando las decisiones más importantes del libro, de qué entra, elegir los materiales, saber cuándo entran y cuándo no, cuándo darles énfasis y demás. Ahí ya está toda mi labor. Pero, también, en términos de la función narrativa, a veces era importante hacer explícita mi experiencia pero muchas veces, no. Entonces el detenerme, el no editorializar creo que fue importante. El no tratar de traducir a Liliana. Cada vez que me tentaba decir “pero lo que ella realmente quiso decir es esto”…

— Interpretar, claro.

— Exacto. Sobreinterpretar, ¿no? Entonces ahí es donde tuve que detenerme, tuve que detener esa voz narrativa y obligarla a ser discreta y a guardar silencio y a escuchar.

— O sea hubo un trabajo de edición importante, no solo de narración sino también de aquello que no se tenía que decir. Recién hablabas de la responsabilidad y pensaba en algo que se menciona en general cuando se trata el tema femicidios y es el tema de la culpa, de aquello que se pudo hacer y no se hizo para evitar este final. Me gustaría que me contaras cómo se trataba el tema de la culpa en términos familiares y cómo te sentís hoy con respecto a eso.

— Fíjate que es interesante escuchar a los amigos de Liliana, toda una generación, o representantes de una generación que por fin sentían que se había creado también el espacio para contar sus historias y para traer esto a la conversación pública. Porque, tal como nos pasó a nosotros en la familia, ellos tampoco pudieron hablar mucho de los hechos. Creo que hacia finales del siglo XX en México, y no solo en México, este tipo de violencia era por una parte minimizada, por otra parte invisibilizada, pero también a los deudos nos callaban la boca. Era el tipo de culpa implícita que produce la narrativa patriarcal, ¿no? Por qué no la cuidaron. Por qué no pusieron atención a eso. Tenía demasiada libertad. Seguramente usaba la falda corta. Ya sabes, el tipo de preguntas y comentarios que parecen inocentes pero que llevan una carga enorme encima. Y lo que fue pasando es que uno deja de hablar de esas cosas. Y cuando uno deja de mencionar a los miembros de su familia su memoria se va diluyendo. Es a partir de muchas de las anécdotas y las narrativas que uno va compartiendo en las sobremesas, en las charlas, en los chistes, como vamos acrecentando y volviendo robusta esta memoria colectiva de los nuestros, de esta cosa que llamamos familia. Eso se pone muy en riesgo cuando hay este dictum encima de nuestras cabezas, de que de eso no se habla. Y cuando no se pueden hablar las cosas, hay un sentido de culpa, de “yo pude haber hecho algo más”. Debería haber puesto atención. Es algo que nosotros debimos haber cuidado. Y es algo que precisamente en la performance de Las Tesis queda tan claro: la culpa no era de ella ni dónde estaba ni cómo vestía, ¿no? Para mí, escuchar eso así, con esas palabras, fue verdaderamente liberador. Entonces, por muchos años este fue el dictum como decía, el dictado. Lo que recibíamos del poder era “de estas cosas no se habla”. Nosotros en la familia evitábamos mucho el tema porque era muy doloroso, porque cada vez que venía a colación el nombre de Liliana nos rompíamos, nos quebrábamos unos frente a los otros y había el temor de que no íbamos a aguantar más. Yo temía por mis padres, claramente por mí. Como explican los que saben, son duelos muy tortuosos, muy complejos.

Fotografía de Ángel González Ramos, el asesino de Liliana, compartida en Twitter por Cristina Rivera Garza. La salida del libro promovió su búsqueda. Aparentemente huyó a EE.UU luego del crimen y murió allí en 2021.
Fotografía de Ángel González Ramos, el asesino de Liliana, compartida en Twitter por Cristina Rivera Garza. La salida del libro promovió su búsqueda. Aparentemente huyó a EE.UU luego del crimen y murió allí en 2021.

— ¿Cuando te preguntaban si tenías hermanos, vos decías “mi hermana murió” o decías “a mi hermana la mataron”? ¿O cuándo empezaste a decir eso?

— Era muy difícil. Era de las preguntas más difíciles de mi vida y dependía mucho de con quién estuviera. Porque si yo contestaba “a mi hermana la asesinaron” ante una persona con la que no tenía una cercanía realmente importante, las preguntas iban a seguir, cómo fue, dónde pasó, qué sigue. Y entonces tenía que empezar otra vez este relato tan difícil de contar. Muchos años yo evité la pregunta. Me volví una experta en evitar ese tipo de preguntas. Y cuando me preguntaban, a veces, dependiendo de la persona, decía que no tenía hermanos, cosa que en el presente era cierta. En fin, una pregunta que en apariencia es tan normal, para alguien que está viviendo un duelo así se vuelve realmente una especie de trampolín hacia cosas demasiado complejas que, en esa época, para mí eran muy difíciles de tratar.

Y lo que sí te puedo decir respecto a la pregunta que hacías antes es que el libro lo que ha hecho en la familia, para mis padres y para mí, es realmente ahora sí hacer el trabajo del duelo. Ahora sí llevamos el duelo como un proceso en conjunto, como una conversación continua. Y, aparte, es un duelo que nos liga a nosotros ahora, es un abrazo mucho más amplio.

— En el libro hay una foto del asesino de Liliana. Cuando apareció tu libro, tomaste claramente una actitud de salir a buscar información sobre el asesino que nunca pagó su crimen, que ni siquiera afrontó un juicio. No se supo nada de él aunque leí que hubo alguna noticia a comienzos de este año, pero no sé si pudiste verificar algo de todo eso.

— Mira, antes de llegar a los datos es que yo sí creo que las narrativas deben ser distintas, es decir que tenemos que dejar de darle protagonismo al asesino o al presunto asesino en este caso pero sí es necesario nombrarlos. Entonces el nombre de esta persona aparece ahí, es Ángel González Ramos. Aparece el nombre de su madre, Irma Ramos. Y el nombre de sus hermanas, Verónica y Adriana González Ramos. Porque son parte de una familia cómplice de un asesino que, después me enteré a partir de unos datos de lectores que llegaron al correo electrónico que pusimos a funcionar cuando salió el libro, que Ángel González Ramos había huido muy poco después del asesinato, del femicidio, a Estados Unidos donde, vivió bajo el alias de Mitchell Angelo Giovanni. Y me decía la información que había muerto el 2 de mayo del 2020. Yo por mi parte hice mis investigaciones y no puedo abundar mucho en esto pero está comprobado que alguien con ese nombre, Mitchell Angelo Giovanni, en efecto murió el 2 de mayo del 2020. Lo que hace falta comprobar es que ese Giovanni en efecto era o fue Ángel González Ramos. Y eso es algo que le toca hacer a la justicia mexicana y que se supone que es en lo que ha estado trabajando la parte de la antigua Procuraduría General. Y, bueno, ya casi es un año de esto y no han mandado ningún tipo de información.

La escritora mexicana cuenta que el libro consiguió de algún modo hacer el trabajo del duelo por la muerte de su hermana menor en la familia (EFE/Cortes. Penguin Random House)
La escritora mexicana cuenta que el libro consiguió de algún modo hacer el trabajo del duelo por la muerte de su hermana menor en la familia (EFE/Cortes. Penguin Random House)

— Cristina te voy a hacer la última pregunta, que seguramente es algo que vos te habrás preguntado muchas veces. ¿En qué mujer pensás que se habría convertido Liliana si no la hubieran asesinado?

— La veo en todos lados, fíjate. Liliana es de esta época, también creo eso. Por eso leerla nos resulta ahora, en este momento, mucho más familiar.

— Claro.

— Su creencia en sí misma. Su autonomía. Su convicción de su propia libertad. La manera en que fue adquiriendo cada vez más seguridad en su talento, en su futuro, también. Yo doy clases aquí en Houston y muchas veces, cuando veo a chicas talentosas, con estos ojos enormes y estas ansias de comerse el mundo, la veo a ella tal como fue. Pero también cuando estoy con amigas o con conocidas, con mujeres fuertes, mujeres determinadas, mujeres muy celosas de su libertad y de su autonomía, sobre todo mujeres con ganas de vivir, yo creo que a Liliana eso la distinguió, eso es lo que recuerdan muchos de sus amigos y es lo que nos dejó, una capacidad maravillosa de disfrutar la vida y de amar, también, de amarnos muy profundamente.